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lunes, 21 de noviembre de 2011

En la civilización occidental el dinero hace la felicidad



Jonathan Jiménez Porras

Afirmar que en la civilización occidental el dinero hace la felicidad, parece establecer una vinculación de la categoría “felicidad”, con el establecimiento convencional de indicadores, tal como se plantea desde organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales. Pero no es posible negar su relación fundamental con la individualidad y la subjetividad, temas ineludibles en la actualidad y escurridizos para cualquier metodología seria, por ello este escrito, no intenta otra cosa que reflexionar al respecto.

Ya no estamos como para detenernos en debates bizantinos o escolásticos, ni para esencialismos o metarelatos. Aquella tendencia a referirse a la “especie humana” como una realidad fácilmente reductible o caracterizable dentro de una lógica teledirigida o, mejor dicho teleológica, está muy distante del momento histórico actual.

Resultan apropiados los enfoques que se ocupan por apreciar las decisiones individuales que día a día tomamos las personas, y que a la larga, producen o reproducen nuevas maneras de organizarse dentro de la sociedad y, nuevas maneras de explicar, comprender y representarse el mundo para transformarlo o dejarlo tal cual es.

El rumbo tomado por el pensamiento occidental, ha llevado desde el psicoanálisis y poco antes los escritos de Friedrich Nietzsche (1844-1900), a la necesidad de reconocer la importancia de la realidad individual o particular, en la configuración de la sociedad y de la historia.

Esta tendencia hace que el tema de la felicidad, como muchos otros, implique necesariamente una preocupación por el sujeto, y por las relaciones que este tenga con los demás elementos que conforman su entorno social.

Por otra parte, para apreciar en profundidad las características del concepto “civilización occidental”, es necesario advertir su imperativa vinculación con la consolidación y expansión de la cultura dominante del centro de Europa.

Es dentro de tal lógica que se ha llevado a cabo la producción de ideas, arte, formas de organización política, tecnología aplicada a la producción de bienes y armamento militar, entre otras producciones antropológicas conocidas, la mayoría vigentes en la actualidad. Tales productos han determinado en mayor o menor medida, casi la totalidad de la población mundial.

La frase discutida hace referencia a la civilización occidental, y plantea que dentro de tal gama de producciones antropológicas particulares, existe la posibilidad de alcanzar la felicidad. No obstante, ésta es hecha real, o permitida por una producción antropológica denominada “dinero”.

En otras palabras, es el dinero el hacedor, productor, generador, fetiche, boleto y talismán de la felicidad, para las personas que habitamos sociedades fundadas sobre la base civilizatoria occidental.

Esta característica, por así decirlo, consiste en la proyección de un aspecto de la existencia, el aspecto económico, como elemento determinante de la totalidad. Se realiza una absolutización de lo económico sobre toda la existencia humana, tal como lo explica Oswald Spengler[i], “El dinero es en último término, la forma de energía espiritual en que se reconcentra la voluntad de dominio, la fuerza morfogenética política, técnica, intelectual, el afán de una vida de gran diámetro.” (747).

Desde el abordaje de Spengler, el dinero es más que monedas, es la energía detrás de la voluntad del negocio, es el objetivo de todo cálculo instrumental. En estos términos el dinero es “fin” y no “medio”. Sin embargo, el dinero, como fin solo sirve para ser acumulado y, como medio, para adquirir objetos. Su función es otorgar poder a su poseedor, poder para comprar, para intercambiar, para acumular.

A este punto de la reflexión cabe sospechar acerca de esta visión optimista del dinero. Baste proponer que tras de sí, se esconde la gran promesa occidental, la ilusa promesa del paraíso en la tierra, tal como lo plantea Bernard Shaw[ii] “El respeto universal por el dinero es, en nuestra civilización, el único hecho que tiene esperanzas… El dinero es la vida” (747).

Así la civilización occidental, tal como Spengler plantea, otorga una novedosa mistificación al dinero. Éste adquiere la relevancia y la significación que tuvieron los bienes en la apacible vida del aldeano de la primitiva economía de subsistencia.

Esta mistificación progresiva del dinero como categoría suprema de la civilización occidental, se puede interpretar a partir del debate moderno entre lo privado y lo público. Desde Hobbes y Jhon Locke, específicamente sus enunciados sobre la importancia y el respeto absoluto de la propiedad privada de una clase, hasta los planteamientos de Jean Jaques Rousseau, en cuanto crítico del estado liberal y de la propiedad privada.

Dentro de esta transhistórica discusión se establece una disyuntiva que tiene en su núcleo un debate antropológico sobre la naturaleza humana. Para Rousseau,

Efectivamente, (el ser humano) al alejarse cada vez mas de su primigenio Estado de Naturaleza, la humanidad no solo rompe su armonía primordial con el mundo que la rodea, con el contacto transparente con las otras especies y con los grandes ritmos de la tierra: pierde también la libre facultad de comunicarse con los otros; en definitiva, la posibilidad de comprenderlos y de ser comprendida por ellos sin necesidad de alguna mediación” (406)[iii]

Este ejemplo señala claramente la concepción de Rousseau y su distanciamiento con otros autores en cuanto hace una valoración positiva del estado de naturaleza, y desde ahí critica la sociedad de su época y principalmente la propiedad privada, en tanto ésta aleja al ser humano de su estado primitivo de libertad.

Lo que crítica el ginebrino es la posición liberal, en tanto ésta justifica la propiedad privada y construye un estado que beneficia solamente a una sección de la población. Discrepa con el individualismo de Locke, en tanto éste sostiene que “todo gobierno surge de un pacto o contrato revocable entre individuos, con el propósito de proteger la vida, la libertad y la propiedad de la personas…”[iv] (42) y con Hobbes en cuanto este plantea que el estado de naturaleza necesita de leyes que en la figura del Estado creen un orden estable, “Crear un orden estable es, precisamente, doblegar a la naturaleza humana” (372)[v].

La posición liberal, representada en Hobbes y Locke, entre otros, ha sido la más influyente en la civilización occidental. De ahí que la obtención de poder individual haya sido la constante y el dinero el santo grial para acceder al poder.

El dinero condensa la gran promesa occidental de establecer el paraíso en la tierra, permite al individuo comprar o acumular. Sin embargo, de la misma manera como los primeros comerciantes independientes de Europa invertían la ganancia de su vida en comprar títulos de nobleza a la corona, así el dinero genera una ilusión, la ilusión de ser, cuando en realidad solo permite tener.

El dinero puede generar felicidad en tanto ésta se limite a poseer riqueza material, si ostentáramos una intención distinta, como por ejemplo la autorrealización personal, la felicidad generada por el dinero no pasaría de ser un desvarío alienante y desmovilizador, una especie de esquizofrenia.

Este es el momento de acudir a la discusión que Erich Fromm[vi] realiza acerca de la felicidad. En primera instancia, señala la felicidad como hedonismo u obtención de máximo placer, concepción desarrollada por el filósofo griego Aristipo, luego aporta la posición de Epicuro en la cual la felicidad consiste en la obtención de placer puro, es decir la ausencia de dolor. Los demás maestros, señala Fromm, se preocupan por la noción de bienestar, más que de felicidad o placer.

Luego indica que Spinoza considera el objetivo de la vida como la ganancia material, hasta se llegó, en su época, a recomendar el uso de drogas para la obtención de felicidad. Seguidamente destaca el utilitarismo y el antihedonismo del s. XVIII, tanto como el hedonismo que predomina desde el fin de la II guerra mundial

Señala Fromm que el consumo de bienes y uso de servicios al máximo es propuesto por el capitalismo como felicidad en la época contemporánea. Plantea que es evidente que la felicidad no ha sido alcanzada por la especie humana, muy a pesar de la amplia construcción civilizatoria occidental y la abundancia de dinero.

La infelicidad, la angustia y la profunda tristeza merodean la experiencia de muchas personas que sobreviven en nuestra sociedad, en palabras de Fromm “…el argumento que hemos expuesto aquí dice que los rasgos de carácter engendrados por nuestro sistema socioeconómico, o por nuestra manera de vivir, son patógenos y a la larga enferman al individuo y, por consiguiente, a la sociedad” (27).

Propone que la civilización occidental se encuentra profundamente enferma y que una de las premisas, de la “gran promesa”, consiste en la búsqueda de la felicidad, yo le agregaría, en el dinero.

En síntesis, la civilización occidental ofrece un proyecto que se sostiene sobre pilares de humo, así propone el dinero, aunque no solo este, como elemento central de la construcción del paraíso en la tierra. No obstante, considero que la felicidad consiste en la autorrealización humana, la cual pasa necesariamente por la dimensión comunitaria. Es necesario dar un giro desde el individuo predicado en los pulpitos liberales de la ilustración, al sujeto que brota de la consideración de la subjetividad, la psique, y de la renuncia a la preeminencia de un norte preestablecido para la humanidad que niega la relevancia de las voluntades individuales.

El sujeto no se conforma con las condiciones dadas, sino que asume su proyecto histórico dentro de su contexto y se atreve a producir desde su particularidad concreta, en medio de una sociedad que confunde individualidad con individualismo, autorrealización con consumismo, tener con ser.

Es difícil o ambiguo quizás hablar de sujetos, de acción civil, o praxis social. No obstante, no ha habido una época más adecuada para asumir la subjetividad como un valor, y desarrollar una praxis desde las distintas realidades.

No se trata de un puritanismo, o antihedonismo, porque el cuerpo y el placer son elementos sumamente reprimidos a lo largo de la historia del judeocristianismo occidental. Al contrario, es necesario reapropiar al sujeto de su propio cuerpo para fundar su praxis en esa autoafirmación que surge del reconocerse como tal.

Durante la anterior discusión, pasaron por mi mente varias experiencias e imágenes, pero resulta sumamente ilustrativo un poema del escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft, llamado Astrophobos, el cual anexo a modo de desenlace, como expresión de la gran promesa de la modernidad occidental que se ha tornado terrorífica.

ASTROPHOBOS

H. P. Lovecraft, Noviembre 21, 1917

En los cielos nocturnos brillando,

sobre abismos lejanos y etéreos,

anhelante un día acechaba

una seductora, luminosa estrella;

cada atardecer surgía en el cielo

brillando en el Carro Ártico.

Místicas bellezas se fundían

en sus brillantes, dorados rayos;

gozosas quimeras descendían

con mezclas y olores a mirra,

y unos sones de liras extendían

dulces y suaves melodías.

Allí pensé, imperaba el placer,

la libertad y la armonía;

a cada momento nacía un tesoro

envuelto en flores de loto,

y un líquido sonido

salía del laúd de Israfel.

Allí me dije, existían

mundos de increíble felicidad,

donde la inocencia y la paz

coronaban el trono de la virtud;

hombres de luces, sus pensamientos

más puros y limpios que los nuestros.

Y entonces sentí pavor, pues la visión

se tornó delirante y roja;

la esperanza se enmascaró de burla,

la belleza se cambió en fealdad;

una algarabía de músicas chocaron,

signos espectrales se entremezclaron.

Con delirantes colores ardió la estrella

que antaño vislumbré tan bella;

todo era triste, ya no había felicidad,

y en mis ojos destelló la verdad;

un pandemonio salvaje desfiló

ante mi enfebrecida visión.

Ahora conocía la diabólica fábula

que portaba aquel dorado esplendor,

ahora evitaba la tétrica luz

que antaño admiré con fervor;

y un miedo espantoso y mortal.

¡Ha apresado mi alma por siempre jamás!



[i] Spengler, Oswald. La decadencia de occidente II. Austral, Madrid

[ii] Citado por Spengler. Ídem.

[iii] Kersffeld, Daniel. Rousseau y la búsqueda mítica de la esencialidad. En La filosofía política moderna. De Hobbes a Marx, CLACSO, Buenos Aires

[iv] Varnagy, Tomas. El pensamiento político de John Locke y el surgimiento. En La filosofía política moderna. De Hobbes a Marx, CLACSO, Buenos Aires

[v] Pousadela, Ines M. El contractualismo hobbesiano. En La filosofía política moderna. De Hobbes a Marx, CLACSO, Buenos Aires

[vi] Fromm, Erich. ¿Tener o ser?, Fondo de Cultura Económica, México